sábado, 16 de marzo de 2013

La ineptitud de la mujer para hacer política

 Nuevamente, desde "Ensenada de Riazor" hemos seleccionado una entrada.
En el post anterior hablábamos de la fuerza de  las mujeres para cambiar el mundo; desde el poder (en este caso el poder eclesiástico) aún hay algún cliché que romper.
Quizá su llegada al papado le haga cambiar de idea en un par de cosas que hoy cierran su mente.
Vamos a darle un voto de confianza con base a sus viajes en autobús y la expulsión del vaticano de un "encubridor" de pedófilos.
Pero yo empezaré a creer en él el día que sea capaz de sentarse con Teresa Forcades y discutir publicamente sobre lo que ambos opinan de muchas cosas que nos preocupan.
Gracias, Mariluz por tu trabajo.

La ineptitud de la mujer para hacer política

Alejandra Teijido* 

Hablar de la competencia o la incompetencia de una persona en cuanto a lo que hace, a su trabajo o a su manera de pensar, haciendo referencia a su género, resulta, a mi parecer, una falacia, un cliché y un sexismo popular. Comienzo directamente con esto porque hoy me topé con un comentario hecho por un señor, recientemente proclamado papa (1), sobre la posición de la mujer en la política. Decía: 

Las mujeres son naturalmente ineptas para ejercer cargos políticos. (…) El orden natural y los hechos nos enseñan que el hombre es el ser político por excelencia; las Escrituras nos demuestran que la mujer siempre es el apoyo del hombre pensador y hacedor, pero nada más que eso.(2) 
Me indignó, obviamente. Sin embargo, me pareció previsible viniendo del personaje. No me sorprenden esta clase de “reflexiones” cuando provienen de personas que se encargan de liderar la mayor empresa inventada y negociada por el hombre: la iglesia católica. Me parece que esta empresa, junto a sus integrantes y clientes regulares, vive (o pretende vivir) según la mentalidad de tiempos medievales, más conservadores y más déspotas, no por una creencia fiel o verdadera, sino por interés de poderío económico y político. Jugar con la fe y la ingenuidad de sus fieles, por medio de mentiras, chantajes y engaños (para más información, consultar la biblia), supone un retraso de todo tipo y una intención malvada e interesada. Por lo tanto, no es sorpresa encontrarse con que el representante de esta empresa transnacional piense a la mujer únicamente como órgano vital del hogar y sostén del hombre. 

Mi mayor indignación surgió cuando uno de mis amigos —no tan cercano afectivamente, pero sí cercano en cuanto a edad y contexto— comentó, como respuesta a esta supuesta reflexión, que sí, que en efecto la historia ha demostrado que la mujer no es apta para hacer política, debido a su carácter emocional; y que, por el contrario, un político debe ser (y cito textualmente) un hijo de puta, y para ello, son mejores los hombres. Creo que este compañero tiene, ante todo, una terrible idea de cómo debe ser un político (3). (Es triste ver cuántas naciones comparten esta opinión y han tomado el perfil de hijo de puta para elegir a sus gobernantes). 

Para “argumentar” (nótese las comillas) su premisa, este amigo afirmó que las mujeres actuamos emocionalmente en la toma de decisiones, y que esto supone un impedimento a la hora de pensar y actuar objetivamente. Por lo visto, este amigo hizo referencia al “carácter emocional” de la mujer como una desventaja. Sobre todo esto tengo varias cosas que decir. Primero, quizás es hora de que los políticos (hombres, según el amigo) dejen de ser hijos de puta y comiencen a crear una relación humana con su pueblo. Al mismo tiempo surge la interrogante, ¿qué garantiza que una mujer no sea una hija de puta (4)? Por otro lado, me parece ridículo y trillado decir que la emocionalidad define únicamente, o en mayor medida, a la mujer, como si los hombres no compartiesen también el sentimiento, más allá del pensamiento racional, o como si las mujeres careciéramos de este último. ¿Dónde colocaríamos a Chávez, entonces, a Evo o a Fidel? ¿Los calificaríamos como mujeres sólo por no ser unos hijos de puta? (Lamento reiterar tantas veces el término; sólo repito lo que dijo el amigo). 

En este sentido, decir que el rasgo principal de la mujer es su carácter emocional —lo que, según el papa, debería excluirla de la política—, es decir también de una forma indirecta, que la racionalidad y el pensamiento en lo femenino es mínimo, por no decir inexistente. Lo que resulta triste y cruelmente gracioso, es que el amigo cerró su comentario diciendo que ése no era un mensaje machista, sino todo lo contrario. Supongo yo que para él decir que la mujer es blanda, tierna y bonita, y pensar en ella como un delicado muñeco de porcelana que debe quedarse en casa, es concederle a la mujer todos los atributos que necesita para ser, a fin de cuentas, no más que lo que necesite el hombre (en esto se resume el “tráeme el café”, “hazme el almuerzo”, “ponte bonita”). Todo esto me hace pensar nuevamente en el retraso mental de esta empresa religiosa y en su empeño en excluir todo aquello que no sea eminentemente racional(5) (en el sentido más conservador, purista y retrógrado de la palabra). 

Pensar en el hombre y en la mujer como dos entidades o polos contrarios, es tan absurdo como pensar en la razón y en el sentimiento como dos palabras antónimas que no se complementan ni interactúan entre sí. Más absurdo aún, es calificar la razón como carácter de lo masculino, y al sentimiento como carácter de lo femenino. Según esa premisa, no habría matices, no habría juegos o interacciones, seríamos todos contrarios, oponentes, incluso. Si viviésemos según esa premisa (y, tristemente, a veces creo que lo hacemos), el hombre y la mujer dependiesen del otro únicamente para la reproducción, ya que al ser tan contrarios no tendríamos la necesidad de convivencia. 

Debemos, antes que nada, despojarnos de esa presunción que hemos construido sobre qué es válido para una mujer y qué es válido para un hombre, procurando, en cambio, la inclusión. Con esto no pretendo dar un discurso feminista; el querer hacer clara la posición de la figura de la mujer, no sólo en la política, sino en cualquier trabajo, en la casa, en la calle, en la escuela, no es pretender colocar un género sobre el otro; es, por el contrario, buscar un equilibrio, una igualdad, una validación comprometida e indiferenciada entre ambos géneros. Por eso, señor papa, si bien me sentí indignada por sus palabras, no me encuentro molesta con usted. En todo caso, me siento afortunada de tener esta claridad y esta perspectiva de las cosas, mientras que siento lástima de ver que usted no ha salido de esa cajita de oro y de sangre que es su empresa, al darme cuenta de que, en realidad, no ha visto lo que ocurre en el mundo, no ha visto a una mujer con la batuta en la mano: ha querido hacerse el ciego. 

*Alejandra Teijido, es estudiante de Cine, tiene 21 años y vive en Caracas.

1  Este título nobiliario no merece mayúsculas.
2  Jorge Mario Bergoglio, alias “Francisco I”.
3  Debo aclarar que preferí no contestarle porque no me gustan las discusiones públicas en las redes sociales. Sin embargo, me quedé pensando, no sólo en lo que dijo, sino en las aproximaciones que, tanto él como el papa, consideraron pertinentes para tocar el tema político. ¿Es relevante la definición del género para trabajar en política o para ser un profesional? Quiero decir, para mostrar la competencia, la habilidad o el talento de un ser humano, ¿es necesario primero definirlo como hombre o como mujer? ¿No es suficiente ser una persona? Y me pregunto nuevamente, ¿esta diferenciación en verdad viene al caso?
4  Aquí, en este punto, Condoleezza Rice sería el perfecto ejemplo para demostrar que tanto hombres como mujeres podemos ser unos hijos de la grandísima puta.
5  Según esta empresa, creer en Dios también resulta inherente a la razón.